martes, 14 de julio de 2015

LA PEQUEÑA LABBY



La pequeña Labby me susurraba a diario, mi amiga imaginaria estaba conmigo desde que tenía recuerdos. Yo aprovechaba para culparla de cualquier travesura realizada y ella no podía defenderse, nadie la escuchaba, sólo yo. A cambio, yo escuchaba todas sus ideas y realizaba algunas de ellas aunque no estaba de acuerdo con muchas.  


Me murmuraba cosas que no me agradaban, yo no acostumbraba a hacer lo que ella me pedía pero insistía tanto que terminaba convenciéndome, a veces yo también podía convencerla de lo contrario.


Crecimos en una casa de campo, rodeadas de animales pero mi madre estaba preocupada porque mis mascotas no vivían mucho tiempo, las encontraba siempre misteriosamente muertas. ¡La pequeña Labby y sus ideas! La última vez el gato sobrevivió, no sabemos cómo se soltó de la cuerda desde donde su cuerpo se balanceaba amarrado del cuello, todo fue por ella, por sus susurros.


La pequeña Labby dijo que era la suerte. El nuevo cachorro de mi vecino corría en el patio trasero  y yo lo miraba. Era un hermoso Beagle de unos dos meses con esa cara de inocencia y esos oscuros ojos de enormes pupilas que hacían más adorable su cara. Le tendí la mano y vino inmediatamente moviendo su colita diminuta y lamiéndome la palma de la mano. La pequeña Labby comenzó a murmurarme una vez más, yo no quería escucharla, juro que no y le repliqué tratando de convencerla de que jugáramos a mi manera y no a la suya. Nunca llegamos a un acuerdo ¡No se podía con ella, era muy cabezota! 

El perrito terminó incrustado en las puntas de una cerca de madera, su sangre caía deslizándose por los blancos maderos hasta el pasto de brotes tiernos.

Me senté en los escalones de la entrada de mi casa molesta porque la pequeña Labby no había querido jugar como yo quise y estuvo contradiciéndome durante el juego.


El hijo de mi vecino juntaba piedritas en su patio y fue acercándose a la cerca donde colgaba el cuerpo del cachorro empalado. Estaba agachado recogiendo, jugando, distraído hasta que su pompa chocó con la cerca y se levantó al ver a su mascota moribunda, gimiendo bajito mientras su peludo cuerpecito temblaba con los últimos esténtores de la vida. Me pareció rarísimo que el perro no emitiera un sonido en el momento del golpe contra las puntas de la cerca que abrieron su abdomen y pecho, creo que no le dimos tiempo a reaccionar, debía ser la suerte a la que Labby se refería.


El niño abrió la boca dispuesto a lanzar un grito que alertaría a los adultos. La pequeña Labby me murmuro, yo increpé. De un salto estaba detrás de él tapando su boca con la mano y arrastrándolo hasta mi sótano por la puerta del patio. Era pequeño y delgado, no fue muy difícil.



“Ahora amordázalo, con una de tus medias bastará”

“¡No juegues con el niño, él no es un animal! Déjalo ir por favor”

“No seas llorona, será más divertido, éste habla, se quejará y nos rogará ¿no quieres ver cómo sufre, como se retuerce?”

“No ¡no quiero ver eso! El no te ha hecho nada, no dirá nada, está muy asustado”

“¡Mira! Hay cosas muy buenas para jugar acá, deberíamos haber venido antes. ¡Pásame la sierra y las tijeras de podar! ¡Ah! ¡el alicate! ¡juguemos al dentista!”

“¡No por favor, déjalo ir!”

“Que odiosa eres, nunca me dejas jugar sin quejarte ni contradecirme, está bien, está bien, le saco sólo dos dientes y lo dejo ir ¿contenta?”

“No, pero mejor dos dientes a lo que le haces a los animales”



La pequeña Labby caminó apurada para pasarme el alicate, quería que acabara pronto con el mocoso para que lo deje ir ¡es que es tan llorona!

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