jueves, 13 de agosto de 2015

MASCARADA - Cuento Malkavian





* Favor leerlo con el presente fondo musical. 
Las nubes se mueven sobre el cielo rojizo, la puerta que dará entrada a la oscuridad de la noche. Desde abajo, el castillo muestra las puntas de sus torres que rompen la serenidad del paisaje en el ocaso del día. El viento se va haciendo más fuerte y frío mientras el carruaje sube hacia la celebración, el rostro imperceptible del enmascarado se asoma por una de las ventanillas rematada en una pequeña cortina de terciopelo rojo, logra ver la crin negra de uno de los caballos que vuela al compás de su galope.
Las ruedas del carruaje de madera suenan chirriantes al detenerse en la entrada de la imponente construcción, baja acercándose a la puerta que fácilmente le quintuplica en tamaño, la luz de las miles de velas que iluminan los gigantescos candelabros encienden la entrada deslumbrando a los sorprendidos asistentes que van llegando con estrambóticos trajes.
Se quedó en la entrada observando, oliendo, escogiendo; su atuendo negro asemejaba un cuervo con las plumas cosidas a lo largo del traje que le cubría hasta los pies dando la sensación de volar a unos centímetros del suelo cuando caminaba, su rostro lo cubría en parte una máscara negra que rodeaba sus ojos terminando en un pico largo con líneas espiraladas doradas, único decorado del disfraz. Su boca quedaba al aire, una boca deformada por la enfermedad de cuyas comisuras brotaba, en ocasiones, una saliva espesa y sanguinolenta que limpiaba con el pañuelo percudido que siempre llevaba consigo. Su cabeza solo era cubierta por algunos  mechones de cabello ralo entre los cuales se asomaba una piel plomiza, casi transparente, la cual dejaba ver sus venas debajo de ella,  en verdad pensaba que espantaría más sin disfraz que con este puesto. La gente a su alrededor no adivinaba el horror que tenía tan cerca.
Se quedó a un lado de la entrada, los invitados llegaban raudos, felices, las sonrisas llenaban el aire, una mariposa con alas de colores, un hada con el vestido de seda más suave que había visto, un gladiador romano con espada y escudo en mano, un mago, una princesa, un caballo, un vampiro muy apuesto. Una carcajada interrumpió el murmullo de los saludos, ¿era en serio? ¿Así imaginaba la gente a sus congéneres? Entonces nunca seria descubierto.
El gran salón estaba rodeado de ventanas de estilo gótico, cada una con figuras formadas por vitrales cuyos colores dotaban de diferentes tonos la sala en cuyo interior la fiesta comenzaba a fluir.
El engendro decidió mezclarse entre la multitud eufórica, los músicos arrancaban notas alegres al clavicordio, los violines, las flautas y al laúd, las parejas llenaban la pista de baile con sus pasos acompasados y las risotadas de la gente eran animadas por los licores multicolores que rebosaban sus copas. El deforme ser rozaba los cuerpos de los vivos al pasar junto a ellos, sentía en sus manos la tela de sus ropajes y ocasionalmente las pieles de sus brazos y manos, sus fosas nasales se llenaron del olor a vida, sus oídos sintieron el palpitar del corazón que bombeaba la sangre en los ríos profundos que ensordecían, para él, el ruido del festín y sus pupilas se dilataron al notar el latir de las arterias y venas que latían bajo la piel de sus descubiertos cuellos.
Los colores que tomaba el salón con el transcurso del pasar de las horas era hipnotizante, los amarillos hacían resplandecer a los bailarines, los celestes los festejaban y los anaranjados los encendían, más los azules los tornaban mortuorios y los rojos los ensangrentaban; los músicos cambiaron sus alegres tonadas a notas más pesadas, se diría que hasta lúgubres, los hombres ya embriagados caían en muebles y alfombras dentro de sus festivos trajes, las mujeres, algunas sobre ellos, otras en sus propios sueños, resistían aun de pie tambaleándose, la hora del degenere estaba en su cúspide, él se acercaba sin temor a las danzarinas almas que parecían más bailar un baile mortuorio que uno festivo, los encajes y sedas se movían al compás de la oscura melodía, los maquillajes caían como lluvia negra sobre piedra blanca y el respiraba en el cuello de un ángel blanco como la pureza, bella como la misma belleza y ebria como el mismo Baco. La tomo del talle danzando con ella en un baile levitante, dando vueltas alrededor del salón, la dama se dejaba llevar mirando la bóveda estrellada esculpida en el techo mientras su compañero la hacía volar en esa danza endiablada. Muy tarde fue cuando sintió el primer colmillo hundiéndose en su piel, tarde cuando escucho la máscara de él caer al piso, sin esperanza cuando  bajo la mirada solo para ver la deformidad más extrema pegada a su blanco cuello succionándole la vida, su cuerpo, ya sin alma, cayó en el piso de mármol mientras los aun vacilantes bailarines seguían celebrando pisando la sangre que seguía saliendo del frágil cuerpo, tan ebrios estaban.
Con el vitae abriendo sus secas venas, su contrahecho cuerpo exigía más, se lanzó hacia un mozuelo tomándolo del cuello, lo elevo hasta que sus zapatillas de arlequín no tocaron más el piso, su delicadeza y caballerosidad habían muerto con la dama. Atrapó la cabeza del joven con la otra mano y quebrándola hacia un lado partió el cuello en dos, la sangre salpicaba en todas direcciones hacia pisos, paredes, muebles e invitados; abrió su deforme boca salivando y mordió las venas que salían temblando desde el cuello del chico cubriendo toda su cara del rojizo, espeso y tibio liquido al tiempo que se alimentaba.
Una mujer gorda vestida de odalisca obesa y ebria como una cuba lo miraba con los ojos agrandados de horror y con la boca abierta en un grito mudo, el vampiro, dejando su presa, apareció ante ella con una carcajada macabra arrancándole los ojos con las largas uñas y dejándola correr sin rumbo como gallina degollada. Los aun despiertos huían ante el macabro espectáculo, con un movimiento de su brazo en alto, las puertas quedaron selladas, los aterrados asistentes corrían atropellándose entre ellos, pisoteándose y resbalándose en la sangre de las primeras víctimas mientras el Malkavian destripaba, mutilaba y desollaba silbando una alegre melodía campesina.
El sol salió al día siguiente de la celebración, iluminando las puertas abiertas del castillo y las escaleras de piedra por las cuales destilaba un líquido rojo, viscoso, putrefacto que llevaba consigo  coágulos, vísceras y muñones cual río carmesí corriendo hacia el bosque frondoso.


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